La calma de la tormenta.

(Día 63 sin ti.) Sábado 21 de marzo de 2015.

(Advierto, antes de comenzar la lectura, de que esta es una descripción desde el corazón, por lo que es cierta en mi cabeza y se ajusta a mi percepción de la realidad. En cierto modo, son mis sentimientos y no yo quienes escriben esto.)

Estaba tumbado con el torso al descubierto y una mano sobre su rostro, las mejillas felices y los ojos dormidos, y yo ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba observándole, acostada de medio lado en su cama, mientras disfrutaba del sonido de su risa como banda sonora de mi tarde de domingo.
Durante mi redada por su cuerpo, me había relatado la historia de todas las cicatrices que mi mirada curiosa había ido encontrando y yo me había dedicado a pronunciar todas las partes del cuerpo, muy bajito, casi para mí, casi como si fuera un secreto.
Cuando retiró el brazo y me miró, tenía la misma sonrisa de niño travieso del primer día pintada en la cara, esa que me hacía sentir como ese momento en el que estás en la parte más alta de una montaña rusa y puedes ver la caída libre inminente. Era una sonrisa que decía: I’m going to mess up your entire life and there’s nothing you can do about it.  Y es que, en efecto, era de esa clase de personas que ponen tu vida patas arriba y, cuando te vas a dar cuenta, ni siquiera quieres hacer algo al respecto, porque lo sabías desde el principio y aun así te dio exactamente igual.
Supongo que era por sus ojos, inquietos, siempre alerta- menos cuando me besaba, entonces los cerraba a cal y canto- o quizás por lo impulsivo que era, su confianza, la manía de llegar siempre tarde; o su actitud de niño pequeño, los juegos constantes, las ideas descabelladas, los comentarios totalmente fuera de lugar...
...

Sin duda, su atractivo residía, aparte de en su mandíbula y el olor a tabaco y chicles, en lo complicado que era. Su cabeza era aún más caótica que su ortografía y eso ya es decir. Parecía no tener miedo a nada, creerse indestructible, jugando al borde del abismo sin paracaídas, como si el riesgo fuera a salvarle.
Era una inversión emocional extremadamente peligrosa. Su actitud cambiaba continuamente y de una forma tan repentina que a veces me preguntaba si era la misma persona. Podía pasar de reír a carcajada limpia a perderse en sus pensamientos con el ceño fruncido y era en cierto modo algo a lo que me había acostumbrado, aunque aún no sabía que sus sentimientos cambiaban con la misma facilidad y frecuencia y a eso no hay forma de acostumbrarse.
Nunca terminé de entender por qué se abría tanto y tan fácilmente conmigo, era como si quisiera que le entendiera. Pero luego había muchas cosas que no me decía y cuando yo le preguntaba su respuesta era: ‘I don’t want you to change your mind about me, I don’t want you to be scared’.  Ojalá hubiera estado asustada, habría sido mucho más fácil dejarle ir, pero la cosa es que no lo estaba, ni siquiera me asustaba el saber que me iba a romper el corazón. Y es que viéndole así, silenciosamente sonriendo a la nada, lo tenía claro: era calma, a pesar de que todo en él apuntaba a tormenta.