Capítulo 39~> Las cosas ya no son iguales, nos guste o no.

Supuse que sería de Álex, pero no era suyo.
Era de Sergio.

‘Linda señorita, baje usted que estoy en su puerta. La esperaré impaciente.’ Ponía en él.

Sonreí, mientras me secaba las lágrimas. Salí de la habitación, me lavé la cara y me dirigí al salón.

Yo: Mamá, voy a darme una vuelta.
Mamá: ¿A dónde vas?
Yo: Al parque de aquí atrás, no tardo.
Mamá: De acuerdo.
Yo: Adiós.

Cerré con fuerza la puerta, para que supiera que ya había salido y bajé por las escaleras lo más rápido que pude. Sergio estaba esperándome delante de la puerta y me sonrió ampliamente cuando salí.

Sergio: Buenas tardes, linda señorita. (Dijo sonriendo.)
Yo: Buenas tardes. (Dije respondiendo a su sonrisa.) ¿Qué haces aquí?
Sergio: No sé, me apetecía hablar contigo.

Noté como se ruborizaba levemente y sonreí.

Yo: A mí también me apetecía hablar contigo. (Dije, y aunque podía parecerlo, no era mentira.)
Sergio: (Sonrió mientras comenzaba a andar. Yo le seguí, sin saber a dónde íbamos aunque en el fondo me daba igual.) Bonita sudadera.

Bajé la cabeza avergonzada, recordando que con las prisas se me había olvidado cambiarme.

Yo: Es de Álex.
Sergio: Amm… (Respondió él.)
Yo: No voy muy guapa que digamos. (Añadí, intentado romper el silencio.)
Sergio: Seguro que te queda mejor que a él.
Yo: No creo. (Dije por lo bajo.)
Sergio: ¿Qué?
Yo: Nada. (Respondí con rapidez.)

Un silencio incómodo nos inundó por primera vez desde que nos conocíamos.

Sergio: Esto, Marina… que digo que…
Yo: Dime. (Dije mirándole fijamente a los ojos.)
Sergio: Que no quiero que pienses que…

Esperé en silencio a que siguiera hablando, pero no dijo nada. Se limitó a bajar la cabeza.

Yo: ¿Qué? (Pregunté desesperada.)
Sergio: Que no quiero que pienses que quería aprovecharme de ti. En serio, no era mi intención.
Yo: Lo sé, Sergio.
Sergio: Entonces, ¿por qué las cosas ya no son como antes? (Preguntó alzando la voz.)
Me quedé parada, en silencio. ¿Por qué las cosas ya no eran como antes? ¿Tal vez porque había estado a 
punto de besarle, aunque tenía novio y en todo momento sabía perfectamente lo que sabía haciendo? Era una opción, pero no podía decirle eso.

Yo: No lo sé… (Respondí al final.)
Sergio: Pero yo no quiero que nuestra relación cambie. (Dijo poniéndose delante de mí y mirándome a los ojos.)
Yo: Nada hubiera cambiado si no hubieras estado a punto de besarme. (Grité.)
Sergio: Ya te he dicho que lo siento.
Yo: Y yo ya te he dicho que te perdono.
Sergio: Entonces, ¿cuál es el problema?
Yo: No lo sé.
Sergio: ¿No lo sabes? ¿No se te ocurre otra cosa que decir?
Yo: No. (Grité.)
Sergio: Perfecto. (Dijo desviando la mirada.)
Yo: Sergio, lo siento. Yo tampoco quiero que cambien las cosas, créeme.
Sergio: Marina, es que te has convertido en mi mejor amiga. Eres la única persona en la que confío.

Aquello me sorprendió y no supe qué decir. Así que me acerqué a él y le abracé. Se quedó un tanto sorprendido, pero unos segundos después me abrazó con fuerza.

Yo: Sergio, no pienso que intentaras aprovecharte de mí. Sé que no… Pero, no entiendo por qué.
Sergio: ¿Por qué? (Repitió confundido cuando me alejé  de él.) Sinceramente, no lo sé.

Seguimos andando en silencio, hasta que llegamos a un parque completamente desierto. Había una gran fuente en el centro. Sólo el sonido del viento nos acompañaba. Nos sentamos en la orilla de la fuente.

Yo: Bueno, cambiemos de tema. Será mejor olvidarlo y hacer como si no hubiera pasado.
Sergio: Mejor. (Sonrió.)
Yo: Oye, ¿conoces a una tal Melissa?
Sergio: ¿Melissa Adams?
Yo: Supongo que sí. (Sonreí.)
Sergio: Sí, la conozco. ¿Por qué?
Yo: No sé, porque la conocí el otro día y me habló de ti…
Sergio: ¿De mí?
Yo: Sí. Según ella en el instituto están la mitad de las chicas detrás de ti.

Soltó una carcajada.

Sergio: Claro…
Yo: Lo dijo en serio. Y yo estoy de acuerdo.
Sergio: ¿Estás de acuerdo?
Yo: Claro, hay que estar ciega para no fijarse en ti.

Me callé de pronto. ¿Había dicho eso en voz alta? Miré a Sergio, que me miraba fijamente y sonreía. Como 
me temía, lo había dicho en voz alta. Bajé la cabeza avergonzada.

Sergio: También hay que estar ciego para no fijarse en ti.

Yo levanté la cabeza y le miré. Sergio sonreía.

Yo: Pelota.
Sergio: Mentirosa.
Yo: Incrédulo.
Sergio: Boba.

Ambos sonreímos y Sergio me miró a los ojos. Yo bajé la cabeza y clavé mi mirada en una hoja que volaba a de un lado para otro, arrastrada por el viento.

Sergio: ¿Sabes qué? (Dijo sacando de nuevo tema de conversación.)
Yo: Dígame usted. (Sonreí.)
Sergio: A veces echo de menos España. ¿A ti también te pasa?
Yo: Pues… La verdad es que no. De España sólo tengo malos recuerdos. Así que no hay nada que pueda extrañar.
Sergio: ¿Sólo malos recuerdos?
Asentí.

Yo: Estuve mucho tiempo con un chico y bueno, la cosa no acabó muy bien… Dejé de creer en el amor.
Me miró asombrado.
Sergio: ¿Dejaste de creer en el amor? Eso es lo peor que puedes hacer en la vida.
Yo: ¿A sí?
Sergio: Por supuesto. El amor es lo más bonito que las personas tenemos. El amor es lo que otorga un sentido a la vida. Sin amor, nada tendría sentido. Porque cuando estás enamorado puedes cruzar el firmamento, enfrentarte a las leyes de la gravedad y echar a volar, tocar con la punta de los dedos todas y cada una de las estrellas. Pero, esto sólo es posible si vas de la mano de esa persona que es propietaria de tu corazón…

Me quedé asombrada. Tenía razón, más razón de la que se imaginaba. Y yo sabía quién era el propietario de mi corazón, quién podía llevarme a tocar las estrellas.
Yo: ¿Y quién te hace a ti tocar las estrellas? (Pregunté.)

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