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Chicas, lo presenté. ¿Y sabéis qué?
¡Gané el primer premio! Sé que un cheque de cincuenta euros para el corte inglés, que por cierto hay que invertir en material escolar, no es mucha cosa, pero he ganado. Lo he conseguido.
Y eso es lo que importa, eso.




Aquí os lo dejo completo para que lo leáis y me digáis qué os parece :3
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Cuando consiguió lo que quería, supo que nada volvería a ser como antes. Supo que aunque lo intentara no podía volver atrás, ni cambiar nada de lo que había ocurrido, pero no le importó.

Salió del hospital con la mochila cargada al hombro y se escabulló entre la gente. Las calles estaban abarrotadas, así que estaba segura de que nadie se fijaría en ella; una chica completamente normal, excepto por ese pelo rubio cortado de la manera más estrafalaria posible.
Se detuvo delante de la puerta de ese edificio que tanto odiaba y suspiró. Analizó mentalmente todos los inconvenientes que aquello podía acarrear y finalmente se decidió a entrar.
Con los ojos hinchados y los hombros caídos, avanzó sin fijarse en todos aquellos que la miraban con extrañeza. A pesar de sus esfuerzos, el insoportable dolor no cesaba. Su intensidad aumentaba con cada paso que daba. Apretó los ojos con fuerza y siguió andando, levantando lo menos posible los pies del suelo.
Los pasillos de aquel horrible edificio eran exactamente como los recordaba; paredes amarillas, suelos encerados y puertas decoradas con anuncios de la cafetería y de los talleres de teatro.
Tambaleándose, se detuvo delante de una fuente y se agarró a ella. Suspiró y, tras hacer acopio de todas sus fuerzas, siguió avanzando con lentitud. Casi había llegado a la puerta del aula, cuando su pierna falló y cayó de bruces al suelo.
La gente de su alrededor se detuvo a observarla, pero nadie se dignó a ayudarla. Así que esperó, con los ojos cerrados, a que algún profesor se acercara y la levantara del suelo. Contempló cómo sus antiguos compañeros observaban sin hacer nada por ayudarla y una estúpida lágrima recorrió su mejilla.
Para su sorpresa, una chica salió de entre la multitud y le ofreció su mano. Ella, sorprendida, la agarró con fuerza y se puso lentamente en pie.
-¿Estás bien?- le preguntó.
-Supongo que sí- dijo con sequedad, soltándole la mano.
Se sacudió los pantalones y se arregló el pelo. Luego posó sus ojos en la persona que la habían ayudado. Era una chica menuda y llevaba el pelo oscuro recogido en una trenza.
-¡Señorita Shecker, entre a clase!- gritó un profesor desde la puerta de una de las aulas.
-¿Eres Melisa Sheckler?- preguntó la chica.
-Mel- la corrigió ella.
-Yo soy Sara.
-Encantada- murmuró Mel y sin decir nada más, entró en clase.
Se sentó en un pupitre alejado al final de la sala y sacó una libreta de su mochila.
No mucho tiempo después, un hombre vino a buscarla. Ella se levantó y recogió con lentitud sus cosas. Finalmente, se puso en pie, tambaleándose durante unos instantes, salió del edificio acompañada por ese hombre y volvió a aquel lugar en el que había estado encerrada los últimos meses. Las puertas de cristal se abrieron y ella avanzó por las diferentes plantas hasta llegar a su habitación. Se sentó en la cama y lanzó su mochila contra la sosa pared blanca. Aquel lugar era enfermizo, nunca mejor dicho. Odiaba estar allí encerrada, sin más luz blanca que la del pálido foco del techo. No sabía cómo escapar. Lo había intentado en varias ocasiones, pero la habían encontrado en menos de un par de horas, y habían vuelto a encerrarla en aquel cuarto sin cortinas.
Se levantó y dando pequeños pasos llegó hasta una mesa que se encontraba en una esquina de la habitación. Cogió una funda y una libreta que descansaba sobre ella, y salió por la puerta. Montó en el ascensor, pulsó el número ocho y subió en silencio. Cuando llegó al octavo piso abrió una puerta de metal emitiendo un sonoro chirrido y salió al exterior. El aire le dio de golpe en la cara, revolviendo su pelo.
Se sentó sobre el suelo mojado y abrió la funda que traía. Sacó de ella un pequeño instrumento de madera. Lo agarró entre sus manos y pulsó una de las finas cuerdas. Extrajo con cuidado el arco de dentro de la funda y lo deslizó sobre el instrumento, haciendo que emitiera un dulce sonido. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música que el instrumento desprendía. Cuando sintió hambre, lo guardó todo y bajó a su habitación de nuevo. Allí la esperaba, como cada día a las dos, un plato monótono de comida que aunque no fuera una delicia, saciaba su apetito.
Pasó otra tarde sentada sola frente a la ventana de aquella habitación, viendo como los pájaros volaban libres de un lado a otro mientras ella seguía encerrada en su jaula, como siempre.
Hasta que al fin se hizo de noche y con la funda de su violín colgada al hombro, subió a la terraza y se acostó sobre el suelo. La brisa nocturna le resultaba tan agradable que estaba a punto de quedarse dormida, cuando de pronto una luz se encendió detrás de ella. Se giró asustada, no quería que la llevaran de nuevo a su habitación, no quería volver a estar entre cuatro paredes blancas. Sin embargo su rostro cambió cuando observó que la persona que se encontraba detrás de ella no formaba parte del personal, sino que parecía ser un paciente. Llevaba la misma bata azul que debería llevar ella. Era un chico, eso estaba claro, aunque estaba demasiado lejos de él como para darse cuenta de ninguna otra característica.
-Lo siento… No sabía que hubiera nadie aquí arriba- dijo el muchacho con voz temerosa e hizo el amago de irse.
-No importa. Esta terraza es lo suficiente grande para los dos- le respondió ella.
El chico la miró tirada en el suelo, con el pelo desperdigado sobre las losas oscuras y con una camiseta de tirantes, pese a que estaban en pleno octubre y era de noche; y no pudo evitar sonreír.
-Aunque si no quieres que nos pillen y nos manden a la cama, deberías apagar la luz- añadió ella.
Él obedeció sin decir nada y se sentó a su lado. Dirigió una rápida mirada a la funda del violín y lo agarró con timidez. Melisa se incorporó y le observó mientras él lo sacaba de la funda.
-¿Sabes tocar?- le preguntó ella.
-No, no se me da muy bien la música. Aunque supongo que a ti sí…- dijo sonriendo.
-Bueno, no tanto.
-¿No?- Melisa sacudió la cabeza y él le colocó el violín sobre las manos- Demuéstramelo entonces.
-¿Qué te demuestre que toco mal?- repitió ella divertida.
-Vamos.
Mel lo sujetó con fuerza y agarró el arco. Comenzó a tocar ante la mirada atónita del chico, que sonreía de vez en cuando sin apartar la mirada de ella. Cuando terminó la canción, soltó el violín y silenciosamente lo metió dentro de la funda. Luego volvió a acostarse sobre el suelo.
-¿Cómo te llamas?- preguntó él.
-Mel, ¿por qué?
-Porque así cuando te hagas famosa, podré decir que te conocía.
Melisa soltó una carcajada sonora y el chico la miró con seriedad.
-Lo digo en serio- aclaró-, tocas genial. Deberías presentarte en el conservatorio.
-Ojalá fuera tan fácil…
-¿No lo es?        
-No- dijo con firmeza.
-De acuerdo, no. Pero podrías intentarlo, al menos- negó con la cabeza-. Vale, nada- se rindió el muchacho al fin.
Ella sonrió y asintió satisfecha. El chico observó el cielo, con la mirada perdida.
-Y tú, ¿cómo te llamas?- le preguntó ella.
-Guillermo.
-Encantada, Guillermo.
Se sonrieron el uno al otro y permanecieron callados hasta que una estrella fugaz recorrió el cielo. Melisa se incorporó lo más deprisa que su convaleciente pierna le permitió y se asomó a la barandilla, siguiendo con la mirada el camino que seguía la pequeña estrella.
-Si pudieras pedir un deseo, ¿qué pedirías?- le preguntó a Guillermo, girándose para mirarle.
-¿Un deseo? Pues… en realidad no lo sé. Hay demasiadas cosas que me gustaría tener y demasiados deseos que me gustaría pedir- puso los ojos en blanco y sonrió-. Y tú, ¿sabes que pedirías?
Melisa asintió y se giró de nuevo, quedándose de espaldas a él.
-Salir de aquí.
-¿De aquí?- quiso saber él. Acto seguido se incorporó con cuidado y se acercó a ella.
-Sí, de este horrible lugar con paredes blancas, pasillos interminables y goteros enganchados a personas a las que quieres.
-¿Por qué estás aquí? Es decir, ¿qué te ocurrió?- preguntó con cuidado Guillermo.
-Tuve un accidente- respondió ella, mientras notaba como una lágrima recorría su mejilla-. Casi me quedo inválida.
-Pero estás bien, ¿no?
-Mi pierna se queja a veces, pero sí, estoy bien- respondió mirándole a los ojos-. Y a ti, ¿qué te pasó?
Se levantó con cuidado la bata y Melisa vio una herida cosida cuidadosamente con puntos desde su cuello hasta el abdomen.
-¿Cómo te hiciste eso?- preguntó asustada.
-Me estampé con un cristal, y se rompió. Me saltaron miles de trozos diminutos encima, y por desgracia caí encima del más grande. Las demás heridas se han curado, pero esta necesita ciertos cuidados especiales.
Melisa estiró su dedo anular y recorrió con suavidad la herida. Guillermo hizo una mueca de dolor y ella se detuvo.
-Lo siento.
-No pasa nada.
Él se bajó el camisón con cuidado. Mel se sintió cortada de pronto, una característica no muy común en ella. Así que recogió sus cosas y se fue, sin decir nada. Tal vez fuera odioso, pero tenía la costumbre de huir, de escapar cada vez que las cosas no iban como ella quería, y lo había vuelto a hacer.
Entró a su habitación y se acostó. Se tapó con las sábanas completamente, deseando que su madre viniera con un vaso de leche y le diera un beso de buenas noches. Pero sabía que ella no iba a venir. Ya no.
Despertó cuando una enfermera entró para informarle de que tendría una revisión médica esa mañana para ver cómo progresaba su pierna. Se puso en pie y sintió los comunes pinchazos que solía experimentar en la pierna izquierda cuando la apoyaba en el suelo. Pero esta vez, no eran tan dolorosos como los recordaba. Poco a poco, su pierna se estaba curando. Y eso significaba que pronto podría salir de allí y volver a casa.
Le invadió una emoción tan grande que comenzó a saltar, haciendo caso omiso al dolor que aquello le producía. Le obligaron a ponerse una bata azul y la condujeron hasta una sala con máquinas y ordenadores. No mucho tiempo después, volvió a su habitación. Podría marcharse en menos de un mes, al fin podría irse. Señaló un día cualquiera en el calendario y contó los días restantes.
Veintitrés. Se iría en veintitrés días…
Las dos semanas siguientes transcurrieron con lentitud. Cada noche subía a la terraza y observaba las estrellas en silencio. Guillermo solía acostarse a su lado, y cerrar los ojos. No hablaban mucho, porque a ninguno de  los dos les gustaba hacerlo, pero se hacían compañía el uno al otro.
Una noche él le preguntó:
-Mel- ella levantó la cabeza y fijó su mirada en los ojos azules del chico-, una enfermera me comentó que llevas aquí casi cinco meses. Supongo que te ocurrió algo grave, entonces. No se está tanto tiempo en un hospital por un simple esguince…
-Tuve un accidente, te lo dije- le cortó Mel.
-¿Te atropellaron la pierna?
Ella asintió.
-Estaba montando en bici con mi hermana, cuando un tío se saltó un stop- comenzó a relatar ella, con lágrimas en los ojos-. Pasó literalmente por encima de nosotras…
-Tú hermana, ¿Está bien?
-Murió, el dieciséis de febrero- sollozó Melisa-. Lo peor es que era sólo una cría, una cría…
Ella se apoyó en el hombro de Guillermo y cerró los ojos, notando como las lágrimas surgían de ellos y recorrían su cara.
Un rato después se sintió mejor, así que se puso en pie y levantó una mano hacia el cielo.
-¿Ves esa estrella, la que más brilla? Suelo pensar que me observa desde allí, sonriendo- dijo esbozando una sonrisa.
-Estoy seguro de que es así- sonrió él, aunque con el corazón encogido.
Ella se sentó de nuevo y apoyó la cabeza en su hombro, de nuevo, con la diferencia de que esta vez no estaba llorando, ni pensaba hacerlo.
-¿Y tus padres, dónde están?
-Ojalá lo supiera.
-¿No lo sabes?
-No. Han pasado tantos meses desde la última vez que vinieron a verme, que he llegado a pensar incluso que no tengo padres.
Él asintió y tras soltar un suspiro, permaneció en silencio, observando el cielo.
Cuando Melisa despertó la mañana siguiente, las ventanas estaban abiertas y la habitación olía a rosas. Se giró y descubrió que sobre su mesilla descansaba un pequeño ramo de flores rojas. Lo agarró, y lo olió con tanto fuerza que tuvo que toser después porque sus pulmones desprendían un dulce aroma a flores.
Se vistió y salió al pasillo blanco. Las enfermeras corrían de un lado a otro, con estrés. Los médicos pasaban andando por su lado, con capuchinos entre sus manos. Y cientos de personas eran llevadas por los pasillos sobre camillas amarillentas.
Paró en seco cuando llegó a su destino. Habitación 125. Tras unos segundos de indecisión, llamó a la puerta.
Una mujer que estaba dentro la observó sin decir nada.
-Hola, ¿podría pasar para coger una cosa que un antiguo paciente olvidó aquí?
-Por supuesto- contestó la mujer.
Melisa entró con rapidez y abrió el segundo cajón de la mesilla blanca que hacía juego con las paredes. Sacó el papel dolado y después de dar las gracias y disculparse por su intromisión en aquel cuarto que ya nada tenía que ver con ella, volvió a su habitación.
Se sentó en el suelo, cerca de la ventana y desdobló el folio dejando a la vista unos cuantos garabatos. Una lágrima cayó sobre el folio y algunos colores se distorsionaron parcialmente. Mel se abrazó con fuerza a aquel papel y apretó tanto sus ojos cerrados que cuando los abrió, tuvo que parpadear cientos de veces para que dejaran de dolerle.
Alguien llamó a la puerta, en ese momento. Ella levantó la cabeza y sonrió como pudo.
-¿Puedo pasar?- preguntó él.
Melisa se limitó a asentir.
Guillermo entró y se sentó sobre la cama. Agarró las rosas y las olió. Se apartó en seguida, volviendo a dejarlas sobre la mesa. Observó el rostro encharcado de Melisa y negó con la cabeza.
-Te pediría que no lloraras, pero no creo que sirva para mucho.
-No, no serviría para nada- respondió ella.
-Bueno, en algún momento tendrás que parar por falta de agua.
Ella sonrió y se levantó del suelo, todavía sujetando el dibujo entre sus manos.
-Te dan el alta en tres días, ¿no?
-Sí.
-¿Y qué harás cuando estés fuera de este odioso edificio?
-Tocar el violín- le dijo ella completamente convencida.
-¿Podré ir a verte algún día?
-Todos los días quieras.
Él sonrió y sin decir mucho más, se marchó de la habitación. Aquella noche no subió a la terraza, pero sí la noche siguiente, su última noche allí.
-¿No traes el violín?- le preguntó Guillermo al verla llegar sin nada.
-No. Esta noche no.
-¿Entonces, qué vamos a hacer?
-Quiero saber cosas de ti- dijo ella acomodándose en el suelo.
-¿Qué quieres saber?
-No sé… A mí me gusta tocar el violín. ¿Qué te gusta a ti?
-Leer.
-¿Leer?
-Sí- ella sonrió.
-No sabía que los chicos pudierais hacer eso.
Guillermo la miró con desaprobación, pero finalmente sonrió a su vez.
-Este lugar es precioso.
-¿Verdad que sí? Lo descubrí hace unos tres meses, porque no me dejaban tocar el violín en mi habitación y necesitaba un lugar donde hacerlo. Desde entonces sueño, con comprarme una casa aquí arriba…
-¿Aquí?
-¿No vivirías aquí?- le preguntó ella sorprendida.
-En cierto modo sí. Pero no encima del hospital…
-Bueno, en eso tienes razón. No es muy bonito que tus vecinos sean personas al borde de la muerte.
-Tampoco es eso. Aquí no solo se pierden vidas. También se salvas muchas de ellas y se ayuda a muchas nuevas a llegar.
Mel sonrió porque sabía que tenía razón, pero era incapaz de imaginarse un hospital como un lugar agradable, porque claramente no lo era.
Esa noche, se quedaron en la terraza hasta que amaneció, y luego cada uno volvió a su cuarto.
A las doce, una mujer pelirroja llevó a Mel a una consulta y le realizó las pruebas de comprobación en la pierna. Unos veinte minutos después, le dieron el alta.
Ella recogió todas sus cosas del lugar que había sido su hogar los últimos meses y tras echar un rápido vistazo a la habitación, cerró la puerta y se alejó andando con la lentitud característica en ella.
Preguntó en recepción cuál era su habitación y subió con cuidado por las escaleras. Llamó a la puerta con timidez. Él sonrió y se incorporó en la cama. Una enfermera le estaba curando los puntos de la herida, así que no podía moverse mucho.
Mel decidió esperar fuera hasta que la enfermera terminara y cuando salió, poco tiempo después, entró en la habitación.
-No hace falta que te despidas- dijo él sonriendo.
-No pensaba hacerlo, odio las despedidas…
-¿Entonces?- preguntó confundido.
-Venía a darte ánimos, y mi número de teléfono- le ofreció un papel con unos garabatos-, espero que me llames.
-Lo haré- afirmó él.                 
-Bueno, he de irme.
-Cuídate, Mel.
-Lo mismo digo, Guille.
Ambos sonrieron y Mel cerró la puerta. Avanzó por los pasillos y se detuvo en recepción para despedirse de Nuria, su enfermera.
Cuando salía por las puertas de cristal, un brazo la agarró con cuidado.
-¿Qué haces levantado, Guille?- le dijo ella.
-Tenía que hacer algo antes de que te fueras…
Se acercó a ella y la abrazó, haciendo que se tambaleara.
-Gracias, por alegrarme mi estancia en un hospital- añadió Guillermo.
-De nada.
Mel se despidió con la mano y salió de aquel edificio con la esperanza de no volver.
Habían pasado cuatro años desde aquello. Su pierna estaba completamente recuperada, aunque las cicatrices de las operaciones seguían ahí. Había entrado en el conservatorio como aprendiz de violín, aunque rápidamente había dejado de ser una simple aprendiz.
Una tarde cualquiera se cargó su violín al hombro y comenzó a andar entre las calles. Las puertas de cristal se abrieron ante ella y subió hasta el piso ocho. Dejó la funda sobre el suelo, y extrajo el violín. El aire se inundó de su dulce melodía, mientras ella permanecía con los ojos cerrados y sin dejar de tocar. Terminó su canción y abrió al fin los ojos. Dos pies avanzaban detrás de ella, aplaudiéndole.
Se giró de golpe y le vio.
-Hola, Mel- murmuró él con una sonrisa.
-Hola Guille, ¿qué haces aquí?
-Podría responderte con la misma pregunta, pero prefiero explicarte qué hago aquí.
-Adelante.
-Desde mi casa, he escuchado como tocabas y he sentido la necesidad insaciable de oírlo de cerca.
-¿Desde tu casa?
Señaló un ático situado en el edificio de enfrente y sonrió ampliamente.
-Desde allí- dijo él.
-¿Te compraste una casa ahí?
-Se suponía que era donde íbamos a vivir, ¿no?
Ella sonrió y dejó con cuidado el violín dentro de la funda. Sí, allí era donde iban a vivir.
-¿Aún  quieres que vivamos ahí?
-Nunca he dejado de quererlo.
-De acuerdo entonces, pero tendrás que darme algo a cambio.
-¿Qué quieres?
-Averígualo- le retó ella.
Con cuidado se acercó y la besó.
-¿Querías que te besara?- le preguntó él en un susurro.
-Soñaba con ello cada noche.

3 comentarios:

Alicia dijo...

Me encanta es precioso, no me extraña que hayas ganado el premio, felicidades. Y sigue subiendo capis de la otra historia please

Wendy. dijo...

Muchas gracias :3
Se intentará, a partir de ahora me dedicaré única y exclusivamente a leer a Peeta y a escribir jajaja.
Muchos besos y buenas noches.

Laura. dijo...

Jo... ¡como para no ganar, como para no quedar primera, como para no seguir ganando si escribes así!
Por un momento, el tiempo que he tardado en leerlo, me he olvidado de todo, me he concentrado en Mel y en Guille y no he pensado en NADA MAS, y eso que para mi es difícil, me ha encantado, es que me ha gustado mucho mas que solo encantar, no se como describirlo, pero es impresionante.
Felicidades y que sigas escribiendo así de bien, porque es ... genial.
Un besazo:)
(Si tienes tiempo y te apetece pasarte por mi blog aquí te dejo el enlace)
http://21-defebrero.blogspot.com/

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