Capítulo 17 ~> Reencuentro.

Salí de clase. Cuando llegamos a casa mi madre estaba arreglándose. Me acerqué a ella.

Yo: Mamá, ¿a dónde vas?
Mamá: Tengo una audición. ¿No lo sabíais?
Diana: No.
Mamá: Pues arreglaos que nos vamos.
Yo: ¿Nosotras?
Mamá: Sí, es mi primera audición y quiero que vengáis a verme.
Yo: Vale. Pero no hemos comido.
Mamá: Comeos una manzana y vámonos.

Cogí una manzana del frutero y le pegué un mordisco mientras salía de la casa junto a Diana y mi madre.
En diez minutos llegamos y mi madre entró a los camerinos mientras Di y yo nos sentábamos en los sitios que teníamos reservados.

Yo: ¿Tú sabías algo de esto?
Diana: ¿Yo? Que va.
Yo: Nos lo podía haber dicho.
Diana: Sí.
Yo: Pero bueno, con los nervios se le habrá olvidado.
Diana: Seguro que lo hace genial.

De repente se apagaron las luces y el silencio se apoderó de la sala. Comenzó la actuación. Más de una hora después terminó y mientras Diana iba al baño, yo me colé y entré a los vestuarios a felicitar a mi madre. ¡Lo había hecho perfecto! Mientras avanzaba en busca del camerino de mi madre me fijé en que detrás de una de aquellas puertas se encontraba la gran bailarina Tamara Rojo. Seguí avanzando y casi al final del pasillo encontré el camerino de mi madre. Llamé a la puerta y entré.

Yo: ¡Mamá! Has estado genial.

Mi madre se giró, y se levantó de la silla.

Mamá: ¿Tú crees?
Yo: Sí, de verdad.
Mamá: Gracias cariño. (Dijo mientras me abrazaba con fuerza.)

Vi, entonces como comenzaba a llorar.

Yo: Mamá, no llores. (Dije, cogiendo un pañuelo de encima de la mesa y ofreciéndoselo, con una amplia sonrisa.)
Mamá: Gracias cariño. (Cogió el pañuelo y se secó las lágrimas.) Me ha hecho muy feliz que vinierais, me habéis dado las fuerzas que necesitaba.
Yo: Sabes que te vamos a apoyar siempre, mamá.
Mamá: Si es que os tengo que querer.

De pronto se abrió la puerta. Nos giramos y encontramos a Henry. Me separé de mi madre.

Yo: Mejor te espero fuera.

Le di un beso y salí de la sala guiñándole un ojo.
Cuando me dirigía de camino a la calle para reunirme ahí con Diana, me encontré la puerta que daba al escenario abierta, y sin pensármelo dos veces, entré. Me asomé al escenario que se encontraba completamente vacío y después de comprobar que no había nadie en los asientos, comencé a bailar. No necesitaba música, llevaba toda mi vida haciéndolo, la melodía estaba en mi cabeza y eso me bastaba, para hacer un par de pliés y relevés. Y en unos breves momentos ya me encontraba danzando, ocupando todo el escenario con mi presencia. Embargada por la alegría de volver a reencontrarme con mi viejo amigo; el baile. Hacía meses que no bailaba pero los pasos me salían con la misma fluidez de siempre, aunque me notaba algo lenta y me costaba más moverme con rapidez. Pero, no podía pensar en eso en aquellos momentos, solo tenía en la cabeza que estaba bailando, de nuevo. Había comenzado a bailar ballet a los cinco años. Bailaba todos los días, a todas horas. Era mi modo de expresión, lo vivía, lo sentía. Me hacía sentir feliz, completa, yo misma. Pero hacía nueve meses, había vivido una gran lesión. Me impidió caminar durante dos meses, y aún no había terminado de recuperarme, pero ya era capaz de andar, e incluso correr. Me dijeron que si me volvía a pasar podía quedarme inválida, en el caso más extremo. El miedo se había apoderado de mí, y había decidido que lo mejor que podía hacer era dejar el baile, aunque me doliera. Y desde entonces no había vuelto a bailar. Hasta ahora. De repente oí unos aplausos detrás de mí, y me giré hacia las gradas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario