Relato ∞

Pequeñas cosas guapas, hay una especie de concurso de literatura mañana y estoy escribiendo un relato para presentarlo. No tiene que ser algo muy formal, pero sí debe estar bien redactado.
Antes de presentarlo, me gustaría que lo leyerais y me dijerais qué os parece. La fecha de entrega se cumple mañana, y no tengo mucho tiempo. Por favor, leedlo y si le dais a 'lo he leído' es que creéis que debo presentarlo.
Solo os pido eso.
Pd: no está entero. Lo subiré completo mañana :)
Muchas gracias :3
Aquí está ~~>



Cuando consiguió lo que quería, supo que nada volvería a ser como antes. Supo que no podría volver atrás, ni cambiar nada de lo que había ocurrido, pero no le importó.
Salió del hospital con la mochila cargada al hombro y se escabulló entre la gente. Las calles estaban abarrotadas, así que estaba segura de que nadie se fijaría en ella; una chica completamente normal, excepto por ese pelo rubio cortado de la manera más estrafalaria posible.
Se detuvo delante de la puerta de ese edificio que tanto odiaba y suspiró. Analizó mentalmente todos los inconvenientes que aquello podía acarrear y finalmente se decidió a entrar.
Con los ojos hinchados y los hombros caídos, avanzó sin ni si quiera fijarse en todos aquellos que la miraban con extrañeza. A pesar de sus esfuerzos, el insoportable dolor no cesaba. Su intensidad aumentaba con cada paso que daba. Apretó los ojos con fuerza y siguió andando, levantando lo menos posible los pies del suelo.
Los pasillos de aquel horrible edificio eran exactamente como los recordaba; paredes amarillas, suelos encerados y puertas decoradas con anuncios de la cafetería y de los talleres de teatro.
Tambaleándose, se detuvo delante de una fuente y se agarró a ella. Suspiró y, tras hacer acopio de todas mis fuerzas, siguió avanzando con lentitud. Casi había llegado a la puerta del aula, cuando su  pierna falló y cayó de bruces al suelo.
La gente de su alrededor se detuvo a observarla, pero nadie se dignó a ayudarla. Así que esperó, con los ojos cerrados, a que algún profesor se acercara y la levantara del suelo. Contempló como sus antiguos amigos observaban sin hacer nada por ayudarla y una estúpida lágrima recorrió su mejilla.
Para su sorpresa, una chica salió de entre la multitud y le ofreció su mano. Ella, sorprendida, la agarró con fuerza y se puso lentamente en pie.
-¿Estás bien?- le preguntó.
-Supongo que sí- dijo con sequedad, soltándole la mano.
Se sacudió los pantalones y se arregló el pelo. Luego posó sus ojos en la persona que la habían ayudado. Era una chica menuda y llevaba el pelo oscuro recogido en una trenza.
-¡Señorita Shecker, entre a clase!- gritó un profesor desde la puerta de una de las aulas.
-¿Eres Melisa Sheckler?- preguntó la chica.
-Mel- la corrigió ella.
-Yo soy Sarah.
-Encantada- murmuró Mel y sin decir nada más, entró en clase.
Se sentó en un pupitre alejado al final de la sala y sacó una libreta de su mochila.
No mucho tiempo después, un hombre vino a buscarla. Ella se levantó y recogió con lentitud sus cosas. Finalmente, se puso en pie, tambaleándose durante unos instantes, salió del edificio acompañada por ese hombre y volvió a aquel lugar en el que había estado encerrada los últimos meses. Las puertas de cristal se abrieron y ella avanzó por las diferentes plantas hasta llegar a su habitación. Se sentó en la cama y lanzó su mochila contra la sosa pared blanca. Aquel lugar era enfermizo, nunca mejor dicho. Odiaba estar allí encerrada, sin más luz blanca que la del pálido foco del techo. Pero no sabía cómo escapar. Lo había intentado en varias ocasiones, pero la habían encontrado en menos de un par de horas, y habían vuelto a encerrarla en aquel cuarto sin ventanas.
Se levantó y dando pequeños pasos llegó hasta una mesa que se encontraba en una esquina de la habitación. Cogió una funda y una libreta que descansaba sobre ella, y salió por la puerta. Montó en el ascensor, pulsó el número ocho y subió en silencio. Cuando llegó al octavo piso abrió una puerta de metal emitiendo un sonoro chirrido y salió al exterior. El aire le dio de golpe en la cara, revolviendo su pelo.
Se sentó sobre el suelo mojado y abrió la funda que traía. Sacó de ella un pequeño instrumento de madera. Lo agarró entre sus manos y pulsó una de las finas cuerdas. Extrajo con cuidado el arco de dentro de la funda y lo deslizó sobre el instrumento, haciendo que emitiera un dulce sonido. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música que el instrumento desprendía. Cuando sintió hambre, lo guardó todo y bajó a su habitación de nuevo. Allí la esperaba, como cada día a las dos, un plato monótono de comida que aunque no fuera una delicia, saciaba su apetito.
Pasó otra tarde sentada sola frente a la ventana de aquella habitación, viendo como los pájaros volaban libres de un lado a otro mientras ella seguía encerrada en su jaula, como siempre.
Hasta que al fin se hizo de noche y con la funda de su violín colgada al hombro, subió a la terraza y se acostó sobre el suelo. La brisa nocturna le resultaba tan agradable que estaba a punto de quedarse dormida, cuando de pronto una luz se encendió detrás de ella. Se giró asustada, no quería que la llevaran de nuevo a su habitación, no quería volver a estar entre cuatro paredes blancas. Sin embargo su rostro cambió cuando observó que la persona que se encontraba detrás de ella no formaba parte del personal, sino que parecía ser un paciente. Llevaba la misma bata azul que debería llevar ella. Era un chico, eso estaba claro, aunque estaba demasiado lejos de él como para darse cuenta de ninguna otra característica.
-Lo siento… No sabía que hubiera nadie aquí arriba- dijo el muchacho con voz temerosa e hizo el amago de irse.
-No importa. Esta terraza es lo suficiente grande para los dos- le respondió ella.
El chico la miró tirada en el suelo, con el pelo desperdigado sobre las losas oscuras y con una camiseta de tirantes, pese a que estaban en pleno octubre y era de noche; y no pudo evitar sonreír.
-Aunque si no quieres que nos pillen y nos manden a la cama, deberías apagar la luz- añadió ella.
Él obedeció sin decir nada y se sentó a su lado. Dirigió una rápida mirada a la funda del violín y lo agarró con timidez. Melisa se incorporó y le observó mientras él lo sacaba de la funda.
-¿Sabes tocar?- le preguntó ella.
-No, no se me da muy bien la música. Aunque supongo que a ti sí…- dijo sonriendo.
-Bueno, no tanto.
-¿No?- Melisa sacudió la cabeza y él le colocó el violín sobre las manos- Demuéstramelo entonces.
-¿Qué te demuestre que toco mal?- repitió ella divertida.
-Vamos.
Mel lo sujetó con fuerza y agarró el arco. Comenzó a tocar ante la mirada atónita del chico, que sonreía de vez en cuando sin apartar la mirada de ella. Cuando terminó la canción, soltó el violín y silenciosamente lo metió dentro de la funda. Luego volvió a acostarse sobre el suelo.
-¿Cómo te llamas?- preguntó él.
-Mel, ¿por qué?
-Porque así cuando te hagas famosa, podré decir que te conocía.
Melisa soltó una carcajada sonora y el chico la miró con seriedad.
-Lo digo en serio- aclaró-. Deberías presentarte en el conservatorio.
-Ojalá fuera tan fácil…
-¿No lo es?
-No- dijo con firmeza.
-De acuerdo, no. Lo que tú digas, Melisa.
Ella sonrió y asintió satisfecha. El chico observó el cielo, con la mirada perdida.
-Y tú, ¿cómo te llamas?- le preguntó ella.

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